Fabergé: los huevos de Pascua más valiosos

09/05/2019 Tasación

Hace tan sólo unas semanas nos reuníamos en familia para celebrar la Pascua: barbacoas y copiosos menús, volar cometas con los más pequeños, merendar mona de pascua con su correspondiente huevo… Sin embargo, ¿alguna vez os habéis preguntado de dónde viene la tradición del huevo de Pascua?

A continuación os contamos su interesante historia para que podáis conocer el por qué de su inmenso valor. No en vano, estamos ante un tipo de bien cuyo cálculo de valor es muy complejo ya que debe contemplar dos dimensiones; por un lado un componente artístico y por otro un factor intangible propio de una tradición cultural.

El valor de una tradición de origen poco conocido

A la hora de referirnos a los huevos de Pascua, es preciso explicar su relación con la llegada de la Primavera. En este sentido, hay que recordar que tanto los conejos como los huevos de Pascua simbolizan la fertilidad y el renacer de la vida asociados a la llegada de las estaciones más benignas. Este atributo se relaciona con la diosa teutona Eastre, a quien se dedicaba el mes de abril, que marca el inicio de la primavera. De hecho, una derivación del nombre de esta diosa es la que pasó a denominar la Pascua en los países anglosajones, conocida como Easter.

En muchos países teñir, pintar y decorar los huevos es una costumbre que ocupa a las familias en los días previos a la Pascua. En Rusia, por ejemplo, la fiesta de la Pascua es la más importante del calendario ortodoxo. En ella se intercambian tres besos y huevos de Pascua para celebrar la resurrección de Cristo. Es precisamente en esta tradición donde podemos encontrar el origen de los huevos de Pascua más famosos de la Historia: los huevos de Fabergé.

huevo de Pascua Fabergé

En 1885, el zar Alejandro III encargó al orfebre Peter Carl Fabergé un huevo de Pascua para obsequiar a su esposa, la zarina María Fydorevna. El joyero diseñó una pieza del tamaño de un huevo de gallina: una banda de oro descubría el sistema de apertura que escondía otro huevo de oro más pequeño que albergaba en su interior una gallina en miniatura de oro macizo. Este regalo entusiasmó de tal forma a la zarina que Alejandro le pidió a Fabergé que cada año realizara un nuevo huevo para regalarle a su mujer. La única condición que impuso fue que cada obra fuese única y encerrase en su interior una sorpresa secreta. Surgió así la historia de los huevos de Fabergé; cuando Alejandro III murió, su hijo y sucesor Nicolás II continuó con la tradición de regalar cada Pascua un huevo a su madre y también a su esposa.

Estamos ante un tipo de bien cuyo cálculo de valor es muy complejo, ya que ha de contemplar dos dimensiones; por un lado el componente artístico y por otro el factor intangible propio de una tradición cultural.

Hoy en día, todavía se desconoce el paradero de todos los huevos de Fabergé. La mayoría de ellos están expuestos en museos o son propiedad del Kremlin. Sin embargo, algunos pertenecen a colecciones privadas como las de la reina Isabel II de Inglaterra o Rainiero de Mónaco. Tan solo unos pocos han salido a subasta, alcanzando todos ellos precios desorbitados. El motivo es que en su fabricación se utilizaron materiales como el oro, la plata, el platino o el níquel acompañados de diamantes, zafiros, rubíes, y otras piedras y minerales preciosos. Pero sobre todo, lo que incrementa el valor económico de estos huevos es el elemento intangible que impregna toda su historia; el misterio y la ostentación que envuelve el legado de los Romanov y la dinastía imperial rusa.